Diario

Realidad, màs que nostalgia.

Cada vez que escuchaba frases en las que de una u otra forma, se atacaba mi gusto por la música, mi típica reacción era poner cara de perro y dejar los ojos en blanco como borrego degollado. Y es que a nadie, sin excepción, le gusta que se metan con las cosas de su generación, aún y lo que lo emocione sea un merengue típico de Kiko el presidente o una melodía clásica de Bach.

Frases como ”La música que escuchas no sirve”, ”En mis tiempos se hacía verdadera música”, ”¡Qué bajes esa majadera!”, en pleno estribillo de ”Smell like teen spirit” o ”Under the bridge”, no eran bien recibidas y si alguien se atreviera a decirlas ahora, tampoco lo serían.

Pero extrañamente, en estos días, he estado teniendo la misma sensación que probablemente tuvieron los críticos de mi gusto por la música, sensación que me hace pensar cosas como las que me tocó escuchar. Y es que sin ánimos de quedarme estancada en una época, siento que la música, más que arte e inspiración, se ha convertido en un negocio artificial y superficial. La sencillez, naturalidad y buenos arreglos, han sido sustituidos por videos reventados de mujeres en bikini, cuyo único aporte, es el gran talento que tienen al finalizar la espalda; las letras profundas, con sentido, cambiadas por canciones de un solo párrafo que se repite varias veces y los verdaderos artistas, por una invasión de Jonas Brothers en ”tubitos” y de una Miley Cyrus dando anticipos de una vida descarriada.

¿Qué es lo que han hecho? ¿Dónde se han metido? ¿Dónde estas Aerosmith? ¿Dónde estas Fiona Apple? ¿Dónde estas POD? ¿Dónde estas Soda Stereo? ¿Por qué lo hiciste Kurt Cobain? No ingieras tanto Amy Winehouse y sáquenme de esta realidad mezclada con nostalgia, dándole una lección a los Tokio Hotel, RBD, Caramelos de Cianuro y Fall Out Boy, porque si no lo hacen, me estaré escuchando como una señora madre de tres gatos que teje un sweater para su hijo en Navidad.

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